lunes, 28 de junio de 2010

Cartas a Sandra de Vergílio Ferreira




"Sandra. Ayer me acosté temprano. Tenía frío aunque el brasero estaba bien cargado. Y quizá por el frío o por el brasero me acosté temprano. En los pueblos, como debes saber, la gente se acuesta casi con las gallinas. Y yo voy entrando en ese hábito. No del todo, porque la lectura o la radio o la divagación del pensamiento o un disco en el tocadiscos me aplazan el sueño para más tarde. Pero ayer me atacó pronto y me fuí a la cama. Deolinda siempre me mete entre las sábanas una botella de agua caliente. Tengo dos, una de barro y otra de cinc. Con la de barro me quemo menos los pies cuando la toco. Pero en vuelve las dos en un calcetín viejo o en una toalla o con un extremo de la sábana. Y procura ponerla en el lado en el que me acuesto, como un día le pedí. Así el calor me adormece en un confort de refugio. Porque siempre duermo en mi lado, como debo de haberte dicho ya, para que quede libre el tuyo en caso de que vuelvas. Y efectivamente, así ocurrió ayer. Cubrí de ceniza la lumbre del brasero y me fui a acostar. Y poco después extendí la mano despacio hacia tu lado y tu cuerpo estaba allí. Pero no te moviste. Insinué entonces la mano entre el pijama y tu piel. Pero en ese instante se me cruzaron en la memoria tus modos de decir que no". Así comienza una de las "Cartas a Sandra" de Vergílio Ferreira (Melo, 1916-Lisboa, 1996) y que acaba de publicar Acantilado en traducción de Isabel Soler. Cartas a Sandra es en palabras del editor una " tierna evocación de la mujer amada y de la vida en común, Cartas a Sandra es una bella y delicada reflexión sobre el paso del tiempo, el duelo por la pérdida y la dolorosa e imperativa necesidad de la presencia de la amada. El recuerdo y la actualización de la intimidad compartida se transforman en el único presente que sólo la palabra hace real".

martes, 22 de junio de 2010

El reportaje periodístico hecho arte




" Nueva York es una ciudad de cosas inadvertidas. Es una ciudad de gatos que dormitan debajo de los coches aparcados, de dos armadillos de piedra que trepan la catedral de San Patricio y de millares de hormigas que reptan por la azotea del Empire State. Las hormigas probablemente fueron llevadas allí por el viento o las aves, pero nadie está seguro; nadie en Nueva York sabe más sobre esas hormigas que sobre el mendigo que toma taxis para ir hasta el barrio del Bowery, o el atildado caballero que hurga en los cubos de la basura de la Sexta Avenida, o la médium de los alrededores de la calle 70 Oeste que afirma: Soy clarividente, clariaudiente y clarisensual". Así comienza uno de los estupendos reportajes de Gay Talese que se incluyen en Retratos y encuentros editado recientemente por Alfaguara.
Desde que allá por los años sesenta Gay Talese irrumpiera en el mundo del periodismo para revolucionar sus formas y cambiar para siempre la manera de afrontar un reportaje, sus artículos han servido de modelo a generaciones de escritores. Ya se trate de historias cotidianas protagonizadas por gente desconocida que con frecuencia nos resulta curiosamente familiar, o de perfiles de personajes famosos a los que en realidad no conocíamos tanto como creíamos, Talese es capaz de mostrarnos siempre el detalle invisible que nos revela los secretos, de introducirnos en la escena como si la estuviéramos presenciando, de hacernos partícipes de los momentos más inaccesibles.
Iconos de la cultura como Frank Sinatra, Ernest Hemingway o Peter O’Toole, de la política como Kennedy o Fidel Castro, o del deporte como Joe DiMaggio, Muhammad Alí o Joe Louis, se alternan en estas páginas con entrañables recuerdos familiares o los humildes inicios del autor en el mundo del periodismo. El nexo de unión es siempre el mismo: el inigualable estilo de Talese.
Entrevista a Gay Talese

jueves, 3 de junio de 2010

Adaptación cinematográfica de God's Little Acre ( La parcela de Dios) de Erskine Caldwell







El predicador. Erskine Caldwell






Le debemos a la editorial Navona la recuperación de lo más importante de la obra Erskine Caldwell - ha editado en apenas dos años: El camino del tabaco, La parcela de Dios, Tumulto en julio, Historias del Norte y del Sur , Un muchacho de Georgia y la que comentamos hoy El predicador- prácticamente desaparecido del panorama editorial español; hasta hace un par de años la única obra accesible de Caldwell, era El camino del tabaco publicada por Alba en 1997.
La traducción es de Rebeca Bouvier que también se encargó de verter al español los dos volúmenes de relatos de Caldwell, Historias del Norte y del Sur. El prólogo - que reproducimos a continuación-es de Jorge Ordaz.
Tras la publicación de "El camino del tabaco" (1932) y "La parcela de Dios" (1933) Erskine Caldwell se dispuso a escribir otra novela. El éxito, con escándalo incluido, alcanzado por las mencionadas obras supuso para su autor un nuevo reto. Durante la escritura de "El predicador" a Caldwell le asaltaron las dudas y aún después de publicada la novela en 1935 mantuvo sus reservas en cuanto al resultado conseguido. Sin embargo, con la perspectiva del tiempo, lo que se pone de manifiesto es la extremada coherencia de una singular narrativa en su punto álgido; de manera que "El predicador", aunque menos conocida que sus dos novelas anteriores, supone un digno colofón a una soberbia trilogía.Erskine Caldwell era hijo de un pastor ordenado de los Presbiterianos Reformados Asociados, y pasó los primeros años de su vida recorriendo con sus padres un buen número de pueblos y ciudades del Sur de Estados Unidos. Como dice en "A la sombra del campanario" (1966) -un libro a medio camino entre el ensayo y la reminiscencia autobiográfica- “había vivido como hijo de un pastor durante todos esos años, lo que me había hecho acumular una considerable cantidad de experiencia religiosa, por lo que me sentía confiado en poder ajustarme a cualquier clase de vida, fuera donde fuera”. Fruto en gran parte de esta experiencia es "El predicador", por primera vez editada en España por Navona.El protagonista de la novela es Semon Dye, un predicador ambulante que un buen día se detiene en el pueblo de Rocky Comfort, en Georgia, dispuesto aparentemente a salvar las almas de sus habitantes. Dye se aloja en casa de Clay Horey, un propietario rural casado con Dene, una joven de quince años. Allí conocerá, entre otras personas, a Lorene, la ex mujer de Clay, que ejerce de prostituta; a Sugar y Hardy, una pareja de arrendatarios negros; y al vecino Tom Rhodes, destilador clandestino de whisky. A partir de entonces, y a lo largo de apenas una semana, las vidas de cuantos entran en contacto con el predicador se verán trastocadas. Dye trata de acostarse con Sugar, intenta seducir a Dene, se ofrece a ser el proxeneta de Lorene y le gana a Clay a los dados (trucados) casi todas sus pertenencias. Seductor, pícaro, intrigante y desvergonzado, el personaje de Semon Dye rompe los esquemas de lo que se supone debe ser un ministro del Señor. Engaña, bebe, juega, fornica y no duda llegado el caso en hacer uso de un arma de fuego. En este sentido, Semon Dye –un “hombre de Dios”, como se define él mismo- puede alinearse junto a otros dos famosos predicadores de ficción: Elmer Gantry, de la novela homónima de Sinclair Lewis, y el reverendo Harry Powell de "La noche del cazador" de Davis Grub. No tan histriónico como el primero ni tan siniestro como el segundo, se iguala en perversidad a ambos. Hay en la actitud de Dye algo de demoníaco. En nombre de Dios hace el trabajo del diablo (las moscas que acosan a las mujeres en el sermón del domingo vendrían a ser como emisarias de Belcebú, el “señor de las moscas” en la tradición demonológica). Con este excesivo y turbador personaje Caldwell quiso condensar lo peor de aquellos charlatanes sin escrúpulos que se hacían pasar por ministros del Señor. En esta ocasión, más que denunciar las condiciones sociales y la discriminación racial, como había hecho con la mayoría de sus relatos y novelas anteriores, el autor dirige sus dardos hacia determinadas sectas religiosas que explotaban impunemente a las capas más desfavorecidas del Sur con manipuladores mensajes y ceremonias histéricas (el catártico, casi orgásmico, sermón final sería un epítome de este tipo de actos). Como era de esperar la publicación de "El predicador" fue recibida con disparidad de opiniones y no alcanzó el mismo extraordinario favor del público que había cosechado con las dos novelas anteriores (aunque se vendió bien y se hizo una versión teatral de la misma). Por su parte, la crítica, un tanto desconcertada por el nuevo sesgo de Caldwell, se dividió. Mientras unos valoraron el aspecto sombrío del asunto y la “exasperación” del autor con sus personajes; otros recalcaron el carácter “entretenido” de su lectura o incidieron en el “consumado humor” de algunas situaciones. Ciertamente, un humor agridulce impregna las actuaciones de algunos personajes dándoles un toque grotesco. Todo ello presidido como de costumbre por un estilo depurado, franco, nada retórico y con unos diálogos magistrales. En una de las más originales escenas, hacia el final de la novela, Clay y Semon van a visitar a Tom Rhodes. Lo encuentran en el cobertizo, sentado en un taburete, observando arrobado el mundo exterior a través de una grieta en la pared del mismo: “No hay nada como mirar a través de la pared del cobertizo –les dice-. Te sientas un rato, y en cuanto te despistas, ya no puedes apartar los ojos. Atrapa a un hombre como nada en el mundo. Te sientas, forzando la vista y mirando árboles o algo, y quizás empieces a pensar en lo estúpido que es lo que estás haciendo, pero no te importa un carajo. Lo único que te importa es quedarte ahí y mirar”. Al margen del simbolismo que queramos asignar a esta “rendija”, ocurre algo parecido con esta novela de Caldwell. Una vez empezada no podemos dejar de leerla.Jorge Ordaz

Diane Arbus

Influenciada por Model y la película Freaks (La parada de los monstruos o Fenómenos, en castellano) de Tod Browning, Diane Arbus eligió a personas marginales para sus fotografías: gemelos, enfermos mentales, gigantes, familias disfuncionales, fenómenos de circo, etc. Los personajes miraban directamente a la cámara, lo que hace que el flash revele sus defectos. Su intención era producir en el espectador "temor y vergüenza". Fue Pionera del flash de relleno (flash de día). La fotografía de Diane representa lo normal como monstruoso: cuando fotografía el dolor, lo encuentra en personas normales. Provoca que la gente presuntamente normal aparezca como anormal. Rompe la composición, sitúa al personaje en el centro. Su mirada siempre es directa, con tensión y fuerza. Para ella no existe el momento decisivo, trabaja en continuo espacio temporal y obliga a los retratados a que sean conscientes de que están siendo retratados. Busca una mirada nueva, pasando del tedio a la fascinación.