martes, 6 de marzo de 2012

La lluvia de los inocentes. Andrés Ibañez



“ Mi padre amó a mi madre porque ella era muy hermosa y le resultaba intrigante e intelectualmente estimulante, y ella le amó porque mi padre tenía un alma hermosa y llena de todas las cosas que ella buscaba en un hombre y que no encontraba en los médicos del Sanatorio de Guadarrama, necios como pavos reales, machistas y beatos como la época lo exigía, llenos de valores franquistas, totalmente incultos.
La pena de si mismo fue siempre el gran problema psicológico de mi padre, su gran debilidad, y uno de los gusanos que envenenaron a lo largo de los años la convivencia de mis padres y también la de toda la familia, especialmente en los largos veranos en los que nos veíamos obligados a convivir los cuatro en un pequeño espacio, un pequeño espacio rodante que se movía arriba y abajo del mapa de Europa, deteniéndose al pie de lagos y castillos. Se sentía ofendido, perpetuamente ofendido. Se sentía perseguido, ridiculizado, y cuanto más manifestaba este sentimiento poco halagador, más ridículo resultaba a los ojos de los demás y más ridículo se sentía ante sí mismo".


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